Ekaterimburgo, Montes Urales. Transiberiano

Etapa 3
Nos despertamos por la mañana después de otra noche casi sin dormir por el calor del compartimento Kupe. El tiempo estaba nublado y el paisaje seguía igual. Una continua y enorme foresta de abedules, que ahora en época de otoño se estaba tiñendo de color amarillo. 


En este último tramo de recorrido antes de llegar a Ekaterimburgo teníamos que pasar por los legendarios Montes Urales que marcan la frontera geológica entre Europa y Asia. Más allá se extiende el continente asiático y la remota Siberia. 

Por nuestra sorpresa nos encontramos con pequeñas colinas que cambiaron muy poco el paisaje. Casi no nos dimos cuenta de estar pasando por ellos.
Puntual a las 10:30 hora de Moscú llegamos a Ekaterimburgo. Eran las 12:30 hora local (+2 horas de Moscú).
Al parecer las estaciones y los trenes están en un mundo horario diferente de donde están realmente. En el interior de las estaciones los relojes marcan siempre la hora de Moscú, cuando sales ya cambia la hora.

Ekaterimburgo o Yekaterinburgo es una ciudad con un pie entre dos continentes y es la capital de los Urales.
Se desarrollo sobre todo durante la época soviética. Ekaterimburgo es el lugar donde mataron a la familia Romanov, la familia real de los Zares.
Cuando salimos de la estación estaba lloviendo. Nos encaminamos hacia nuestro hotel, que resultó estar mucho más lejos de donde esperábamos.
Bajo una leve llovizna recorrimos las calles principales de la ciudad y la célebre avenida Lenina, la avenida principal de la ciudad con un vial arbolado en el centro de los carriles.


La arquitectura de la ciudad resultaba bastante diferente de lo que habíamos visto hasta ahora. Ya no se veían los antiguos edificios clásicos europeos.
La mayoría de los edificios eran de la época soviética, casas cuadradas grandes y de color gris.
Pero realmente nos dimos cuenta que no nos sorprendieron mucho, nos recordaban un poco a los típicos edificios que se construyeron en Europa en la misma época, años '70, '80. Los edificios de los barrios residenciales de clase medio baja. Los edificios de la clase obrera que en aquellos años se estuvieron desarrollando con gran velocidad.

Una vez llegados al Hotel, dejamos el equipaje y por fin nos duchamos...
Hay que recordar una cosa importante que a lo mejor mucha gente no piensa mucho... En los trenes no hay duchas!!! Los baños no son la cosa más higiénica y limpia del mundo. Las Provodniskas intentan limpiar, pero en cada vagón kupe hay unas 40 personas que comparten dos baños... Creímos necesario parar en un hotel por lo menos cada 2 noches pasadas en el tren. Y seguimos creyéndolo.

Una vez limpios salimos a comer y pasear por la ciudad. Estábamos cansados y estaba lloviendo, así que no pudimos sacar fotos y paseamos poco por Ekaterimburgo.
De todas formas creo que es un lugar interesante, aunque pasar más de un día en esta ciudad creo sea excesivo.


El siguiente tren hacia nuestra nueva meta, Tomsk, salía a las 2:30 horas de Moscú, 4:30 de la madrugada hora local. El hotel nos llamó un taxi que con solo 150 rublos nos llevó a la estación. Cuidado con los taxis, la forma mejor para que no te estafen con el precio es contratarlo con un hotel.

El tren que de Ekaterimburgo va hacia Tomsk sale solo los días impares. 
Tomsk es una ciudad que se sale de la clásica ruta del transiberiano, unos 300 km hacia el norte. Pero valió la pena ir. El viaje duraba 28:00 horas para una distancia aprox. de 1785 Km.
Esta vez elegimos probar la clase tercera, la Platzkart.

El vagón Platzkart es un vagón abierto, no hay compartimentos cerrados. El tren que nos toco creo que fue uno de los modernos, con aire acondicionado y bien equipado. Fue una experiencia muy positiva. Pudimos dormir como hasta ahora no hicimos nunca en un tren. Dormimos por la noche y por el día. Este viaje pasamos dos noche y un día en el tren. 


La vida de la Platzkart es bastante movida, en el vagón hay unas 60 personas. Cada momento se levantan para ir a la maquina dispensadora de agua caliente para preparar infusiones y comida liofilizada. Lo curioso fue que la mayoría eran mujeres. Probablemente porque en este tipo de vagón se sienten más seguras en viajar solas, ya que no tienen el riesgo de quedarse en un compartimento con hombres extraños que pueden ser una molestia. 
Nuestras vecinas eran tres mujeres muy simpáticas. Se pasaron el viaje hablando, nos ofrecieron comida y pasamos un rato intentando comunicarnos con ellas con dibujos y gestos.


Durante todo el trayecto los paisajes fueron muy parecidos, si no iguales, abedules y más abedules. De vez en cuando pasábamos por pequeños pueblos que por algunos minutos cambiaban el monótono paisaje. La foresta de abedules es muy bonita, pero después de muchos días viendo siempre lo mismo se te hace un poco aburrido.

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